La merienda de la abuela

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Para descubrir la Sicilia más genuina, emocionante y poco convencional, tienes que seguir a tu abuela a la cocina. Allí, en su reino de hadas, descubrirás que los bocadillos más simples son los más sorprendentes. Así podrás volver a proponerlos y dejar boquiabiertos a todos.

Sabemos que si las abuelas gobernaran el mundo, el hambre en el mundo se erradicaría en poco tiempo. Y ahí están, listas con la grasa de codo para batir un huevo batido, para freír sólo Dios sabe qué, para batir sartenes humeantes con sus manos desnudas sin pestañear.

Hoy en día andamos siempre apurados y el tiempo para estar detrás de los hornos escasea. Y pensar que una vez que el día era más corto, terminaba cuando se ponía el sol, pero siempre había tiempo para mimar a los más pequeños. Érase una vez la merienda de la abuela, buena y saludable, que todavía nos hace suspirar. Pero sobre todo hace que todos estén de acuerdo.

Te ofrecemos una versión dulce y salada de la típica merienda siciliana.

EL BIANCOMANGIARE (manjar blanco)

Deleite para la vista y el paladar. Surgió de repente, nadie sabe cómo, nadie sabe dónde. El manjar blanco siciliano es el postre infantil por excelencia.

Leche, azúcar, harina, y ya está. Este postre de sabor suave y delicado se aromatiza al gusto: ralladura de limón, vainilla o canela. ¿El verdadero toque transgresor? Avellanas o pistachos desmenuzados en la superficie.

Inmune al paso del tiempo y de las modas, el manjar blanco todavía se vuelve a proponer hoy en varias versiones, algunas fieles a la tradición, otras totalmente revisadas en clave fit y sin gluten. Querida vieja leche de vaca de Carolina? ¡Calle! En su lugar leches vegetales (soja, almendra, arroz). ¿Harina de trigo? Sustituida por harina de arroz.

PAN FRICATO CON TOMATE

En verano, las tardes en casa de la abuela se intercalaban con una buena rebanada de pan con tomate frotado (u pani fricatu cu pummadoru), aliñado con una pizca de sal, un chorrito de aceite y una pizca de orégano. Eran tiempos en los que tener un horno de leña en casa era imprescindible, así había suficiente pan, más o menos una vez a la semana.

Si había niños en la familia, se hacía un pequeño pan para cada uno, llamado «minnittu«, por su forma redondeada que recuerda la forma del pecho femenino.

Este bocadillo místico es la quintaesencia de la laboriosidad humana, una especie de puerta de entrada que conduce a un placer primitivo y destripado. Pan casero, tomate recién arrancado de la huerta con su pulpa bañada por el sol, orégano recogido en las montañas y colgado boca abajo para secar, aceite nuevo de sabor picante: ¡la receta de la felicidad!

Es muy cierto: recordar la merienda de la abuela hace que tu corazón lata más rápido.

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