Monterosso Almo

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Monterosso Almo no es solo un pueblo, sino un lugar, un estado, casi fuera del tiempo y del espacio.

Es el primero de la cadena de los Montes Ibleos y el último de los trece municipios de la afortunada provincia de Salvo Montalbano, perdón… de Ragusa, o quizás sería mejor decir del Condado de Módica, un glorioso pedazo de la corona española en Sicilia.

A setecientos metros sobre el nivel del mar, con alguna rociada de nieve en invierno y unas deliciosas setas frescas en otoño, que podrás disfrutar en los locales de ambiente cálido y familiar presentes en la ciudad.

Llegar a Monterosso desde la SS194 de Ragusa, la antigua carretera que conectaba Catania con Ragusa, es casi como dar un paseo en bicicleta, atravesando un circuito de montaña del giro de Italia entre curvas, rocas, abundante vegetación, acantilados, latomías que rasgan el curso de las colinas, manantiales frescos donde poder detenerse para coger un poco del agua que mana de la roca de arriba.

De repente se divisa Monterosso, como si colgara de un monte. Habitado ya en épocas antiquísimas, tiene también testimonios arqueológicos importantes como la necrópolis de Monte Casasia (siglo VII a. C.) incluida en el inmenso parque forestal de Canalazzo, donde podemos hacer magníficas excursiones y practicar cicloturismo.

La ciudad ha tenido una suerte cambiante en la historia. Su estructura actual se remonta en gran parte a la reconstrucción llevada a cabo tras el desastroso terremoto de 1693. Aunque, en 1168, el pueblo ya existía bajo el nombre de Monte Jahalmo y era posesión del normando Godofredo, hijo del conde Ruggero.

Después del mandato del conde Enrico Rosso, pasa a formar parte del Condado de Módica, bajo el mando de Federico Chiaramonte y luego el de los Cabrera. Las viviendas de las familias mayoritarias del pueblo ilustran las vocaciones y las dinámicas de la ciudad: la imponente casa palaciega de los Cocuzza, el elegante palacio del siglo XVIII de los Burgio, los conventos, la plaza principal o U chianu, con la espectacular iglesia de San Juan Bautista. Y la iglesia del convento de Santa Ana, llamada A Bammina.

Las plazas de Sicilia tienen la misma función que las ágoras griegas y el foro romano. Nos reunimos, charlamos, alimentamos la economía de los bares, degustamos y pedimos dulces dominicales, después de misa. Esta plaza no es una excepción, está limpia y bien cuidada, como un gran salón, y no suele estar demasiado concurrida; las mesitas de los bares, el aroma del café y de las raviole (pasteles) de ricota recién horneadas, y más tarde el del ragú de los arancini y el de las scacce de Ragusa, una sinfonía al ritmo del sonido de las campanas que marca como antaño los ritmos apacibles del pueblo. Cualquiera podría reconocerla, inmortalizada en El hombre de las estrellas de Tornatore.

Un poco más abajo, a lo largo de callejuelas de piedra blanca, a través de pequeños jardines de plantas suculentas en barriles reciclados y granos de uva que asoman entre antiguas pérgolas que trepan por los balcones, se llega a una sobria plazoleta. Aquí encontramos el Santuario dell’Addolorata, un antiguo y precioso hogar de tesoros artísticos, y la pintoresca iglesia matriz, con su fachada neogótica, algo muy poco común en estas latitudes, delimitada por un atrio al que se llega por una escalinata.

Estas dos iglesias, que vistas desde el valle parecen mirar y abrazar la ciudad, casi como un baluarte del amor, delimitan un antiguo barrio que en Navidad se convierte en escenario de un bellísimo belén viviente que se desarrolla dentro de una cueva natural. A pesar de la notoriedad del acontecimiento y de la multitud de turistas, el ambiente es muy evocador y suscita siempre comparaciones con el del característico barrio del Cuozzu de la vecina Giarratana.

El pan es la especialidad del pueblo, de corteza dura o u scacciuni, que se debe probar caliente con aceite, orégano y cappuliatu, es decir, tomate secado al sol. El pan adquiere diferentes formas para las celebraciones especiales, forma de seno para la fiesta de Santa Ágata, de ojos para la de Santa Lucía o de cannarozza (tráquea) para la de San Blas. También destaca por la producción de varios cereales, incluyendo u ciciruocculu, la almorta, con la que se preparan los patacò con verdura.

Para la fiesta del patrón es costumbre preparar u iaddu chinu, gallo relleno con carne, arroz y especias variadas.

Y también los pastieri, pasteles de carne picada de cordero y cabrito rellenos de pimienta, queso y huevos, las ’mpanate, formadas por finas láminas de masa y rellenas con espinacas, salsa, ricota, carne, brócoli y salchichas. En las celebraciones especiales, hay que probar las cassate de ricota en Pascua, las crispelle por San Martino y finalmente la pagnuccata.

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LOCALIZACIÓN

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