De Palermo a Caccamo en bicicleta
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Domingo por la mañana. La cafetera borbotea suavemente en el fuego, las galletas ya están cuidadosamente colocadas en el plato grande de la cocina. Un ligero olor a naranja y canela me recuerda que el otoño es la estación que nos transporta a los placeres de la irresistible Navidad siciliana.
Una vez más, recorro el camino con el dedo sobre el mapa.
Desde que descubrí que no conocía una de las perlas más bonitas de Sicilia, no he dejado de planear el viaje para ir a conquistarla en bicicleta desde Palermo. ¡Tengo que conseguirlo, Caccamo será mía!
Minutos después del café, ya estoy recorriendo las calles de Palermo en bicicleta. A pesar de que se puede acceder a Caccamo fácilmente desde la salida de Termini Imerese en la autopista A19, o a través de la vía rápida Palermo–Agrigento, he elegido la bicicleta para disfrutar del trayecto y de todos los secretos que revela a aquellos que se paran a escuchar.
En pocos minutos paso al carril bici en Via Messina Marine y me desvío a Villabate por la Strada Provinciale 76 hasta Misilmeri, donde tomo la Strada Provinciale 16 que me acompañará hasta Ventimiglia di Sicilia, y luego me desvío por la Strada Provinciale 6. La subida es dura y avanzo lentamente por el asfalto bajo mis ruedas, pero no hay montaña que se le resista a un ciclista decidido.
Kilómetro tras kilómetro, disfruto de un paisaje inesperado a tan pocos kilómetros del mar: hermosos naranjos, granjas, magníficas almazaras y queserías donde es posible degustar los productos tradicionales de Sicilia, pequeños arroyos que alimentan una agricultura aún en flor.
Un pastor con su rebaño me bloquea el camino y aprovecho la pausa para observar a un halcón que se desliza con gracia por un camino invisible de viento. Sobre las cimas de los montes, dormitan tranquilos pequeños pueblos, antiguos custodios de tradiciones e historia. A mis espaldas yace el mar lejano, pero presente.
En Ventimiglia di Sicilia hago una pausa para tomar café e intercambio unas palabras con la camarera, la cual, haciendo honor de la conocida hospitalidad siciliana, me anima a seguir adelante y me ofrece un pastel de almendras para «recuperar un poco de energía». Con las pilas cargadas por el trato recibido y con el corazón un poco más contento, me monto en la bici y retomo la marcha. Abandono la Strada Provinciale 6 y circulo por la carretera rural que bordea el precioso Lago Rosamarina.
Después de una subida que te deja sin aliento, cruzo una curva cerrada y me quedo deslumbrado. ¡
Caccamo está ahí frente a mis ojos! El cansancio de los 60 km de ascenso que acabo de recorrer desaparece instantáneamente.
Enclavada entre una frondosa vegetación, con un manto de cielo sobre los hombros, Caccamo descansa, con su inmensa historia y bellezas artísticas, a los pies del Monte San Calogero. Sorprendido por tanta belleza, me detengo primero en su precioso castillo, luego en las imponentes iglesias y después busco un lugar para contemplar la ciudad en su conjunto.
Leo en mi smartphone la breve guía presente en la web del municipio de Caccamo y descubro así el misterio sobre su nombre y sus orígenes, además de una descripción precisa del patrimonio artístico y arquitectónico de la ciudad.
Trascurro el resto del día perdiéndome entre las callejuelas de la ciudad, admirando las casas engarzadas en la roca, disfrutando de los frutos de su antigua tradición quesera y agrícola y charlando con sus amables habitantes.
Al caer la noche, me siento arropado por la luz amarilla de las farolas y el olor a leña que emana de las chimeneas de las casas.
Parece formar parte de un inmenso pesebre. Con ese aroma aún en la camiseta y los ojos inundados de belleza, me adentro en la Strada Statale 285, que en pocos kilómetros me lleva a la estación de Termini Imerese, donde un tren regional me llevará a mí y a mi bicicleta hasta la estación central de Palermo.
En el tren reflexiono sobre los motivos para visitar Caccamo. La respuesta es simple e inmediata: visitar Caccamo significa descubrir el valor de sus habitantes que, en el pasado, desafiaron a las rocas para construir uno de los castillos más hermosos de Sicilia, pero también significa descubrir su paciencia y perseverancia, las herramientas con las que han conservado sus antiguas y fascinantes tradiciones que siguen vivas para los visitantes de hoy.
Giovanni Guarnieri
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