Iglesia de S. Maria dell’Ammiraglio (Santa María del Almirante) o Martorana
Detalles
Este edificio monumental se encuentra en la ruta Palermo árabe-normando y las catedrales de Cefalú y Monreale, unas maravillas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Se terminó en 1143 gracias a una generosa donación del almirante Giorgio d’Antiochia (Jorge de Antioquía). Un viajero árabe, Ibn Jubair, que la visitó en 1184, la definió como «la obra más bella que existe en el mundo». Hoy, después de una cuidadosa restauración, sigue siendo uno de los edificios religiosos más bellos de Palermo y Sicilia. En 1436 fue entregada a las monjas del cercano convento «de la Martorana», de ahí su segundo nombre, como capilla del convento. Para poder albergar al creciente número de monjas, el edificio se sometió a unas obras de ampliación. Lo alargaron derribando la fachada original, que sustituyeron por una barroca. Al entrar en la iglesia todavía es posible apreciar la planta de cruz griega original que tanto había impresionado a Ibn Jubair.
Los mosaicos de la Martorana, como los de Cefalù y los más bellos de la Capilla Palatina, son obra de un grupo de artistas que vinieron de Constantinopla a Palermo y que trabajaron aquí entre 1140 y 1155. En la entrada, en el lado norte de la nave, se encuentra un mosaico especial en el que se representa a Giorgio d’Antiochia a los pies de la Virgen, que ha permanecido en perfecto estado de conservación hasta nuestros días. En el lado opuesto, encontramos el tesoro quizás más valioso de la Martorana: un mosaico que representa a Rogelio II coronado simbólicamente por Cristo.
La iglesia, que pertenece a la eparquía de Piana degli Albanesi, ha sido protagonista de acontecimientos con tintes legendarios pero de los que quedan sutiles pruebas. En septiembre de 1535 Carlos V visitó Palermo como parte de su gira siciliana. En el jardín de la iglesia había naranjos muy fragantes, cuyos frutos aún no habían madurado. Para resolver el inconveniente y recibir al invitado real en un jardín frondoso y bien cuidado, las monjas benedictinas elaboraron unas naranjas con pasta de almendras y las colgaron en las ramas, dando al jardín el aspecto típico de la cosecha inminente. Así nació la fruta Martorana, que toma su nombre de la fundadora del convento, la noble Eloisa Martorana.
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